A veces me despierto en mitad de la noche, miro fijamente al techo y de repente me siento un poco confuso: ¿lo que soy ahora es el resultado de mis propias decisiones, paso a paso, o es que una mano invisible me ha empujado hasta aquí?
De pequeño juré que nunca hablaría como mis padres, pero ahora, cuando me pongo nervioso, el tono de voz que sale, la forma en que frunzo el ceño, es exactamente igual que ellos. Eso de los genes, a veces es más fuerte que el destino, como si fuera un código escrito en los huesos, imposible de cambiar.
A los veinte años pensaba que la vida estaba llena de posibi
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