La noche en que el saldo de mi cuenta cayó a 1200, me quedé mirando los números parpadear y casi estampo el ratón contra la mesa. ¿Quién iba a pensar que ahora esa misma cuenta se mantendría estable en 600.000? No fue por seguir señales de ningún gran gurú, ni por información privilegiada; es pura experiencia ganada a base de sudor y lágrimas delante de la pantalla.

En este mundillo, lo más cruel no son los desplomes del mercado, sino esos “expertos” que te ven como carne de cañón. En el invierno de 2022 fui el ejemplo perfecto de víctima: ni siquiera entendía las medias móviles MA ni el MACD, y en el grupo alguien gritaba “¡aún estás a tiempo de entrar!”; yo, sin pensarlo dos veces, me jugaba todo. Cuando llegó el momento de vender en pérdidas, me temblaba tanto la mano que ni podía sujetar el ratón. En tres meses evaporé el 60% del capital. Una noche, repasando mis operaciones, vi todas esas decisiones impulsivas y de repente lo entendí: otros ganan dinero gracias a su conocimiento, yo lo perdí pagando la novatada.

Desde entonces tomé una decisión: salirme de todos los grupos de señales, borrar todos los programas de indicadores llamativos y quedarme solo con las herramientas de gráficos más básicas. Imprimí los históricos de velas y los extendí sobre la mesa, estudiando una y otra vez como si estuviera preparando un examen: ¿qué pasó detrás de esa vela larga bajista? ¿Qué señales precedieron el giro? Cuando no podía más, me echaba una siesta de veinte minutos sobre la mesa y por el día seguía analizando los movimientos en tramos de quince minutos. Llené tres cuadernos de apuntes y amontoné más de doscientas gráficas dibujadas a mano, parecía un historial médico.

Aquí van unas reglas de oro para sobrevivir:

No tengas más del 20% de tu capital en una sola moneda; nunca pongas todo tu patrimonio en una sola cesta. Eso de “apostar todo para recuperarlo de golpe” suena bien, pero sobrevivir es más importante que hacerse rico.

La línea de stop-loss debe ser estricta—